- Raciones: 12 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 25
- Tiempo de Cocinado: 40
- Calorías: 380
- Dificultad:
Fácil
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La piña es la fruta tropical por excelencia; pulpa jalde extremadamente aromática y dulce, dejando tras de sí sutiles notas ácidas que nos hacen salivar no solo figurativamente. Nativa de América, la piña no siempre creció abundantemente, conociéndose hace medio siglo por su rareza, lo que la convertía en un símbolo de estatus. La historia corrobora que el mismísimo Cristóbal Colón la trajo por primera vez a Europa en su segunda expedición bajo el amparo de la Corona de Castilla.
Concretamente, fue descubierta en la isla de Guadalupe, en una aldea local, donde además de otras frutas y verduras exóticas, encontraron la maravillosa piña. Dejaron constancia de tan curioso hallazgo en un cuaderno, describiéndola tras un velo de ingenuidad: "presenta un exterior abrasivo, segmentando, que guarece una pula interior de firmeza similar a la de una manzana". No por casualidad recibió el nombre de "pineapple", sorprendiendo a la corte por su insólita silueta.
Tuvieron que pasar 200 años para que los jardineros europeos consiguieran adaptar el cultivo de la piña a los ecosistemas propios, por lo que durante dos siglos solo pudo llegar a bordo de los barcos provenientes del Nuevo Mundo. A esto hay que sumarle, que las piñas son de carácter frágil, pudriéndose con facilidad en los largos trayectos, a menudo húmedos y calurosos. Era habitual que las recepciones reales se obsequiara a grandes personalidades nobles con una piña.
Afortunadamente, y gracias a los esfuerzos de los agricultores, las piñas han conseguido prosperar en multitud de climas, sintiendo, claro está, una interesada predilección por climas tropicales, como Costa Rica, Filipinas o Tailandia, por nombrar a los tres principales productores del mundo. Exquisita al natural, la piña encuentra un hueco en elaboraciones dulces, ejemplo de ello es el bizcocho de piña, un pastel con técnica de volteado que surgió en Estados Unidos en los años 30.
Ingredientes
Instrucciones
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- Comenzaremos preparando el caramelo, una elaboración sencilla, pero que a su vez requiere de cierta destreza y conocimientos previos. Igualmente, podemos encontrar caramelo líquido en la sección de repostería de cualquier supermercado. En una sartén antiadherente, agregaremos los 100 gramos de azúcar blanquilla, seguida del agua y el zumo de limón, colocándola a fuego bajo.
- Observaremos un ligero borboteo, que precede a la disolución y cambio de color del azúcar a tonos ámbar, momento que ya nos permitirá removerlo suavemente con una cuchara de madera o lengua de silicona. Antes de que el caramelo se vuelva demasiado oscuro, lo retiraremos del fuego, manejando la sartén con extrema cautela, pues las quemaduras de caramelo son terribles.
- Mientras se templa un par de minutos, sacaremos el molde que vayamos a emplear, cubriendo el fondo y los laterales con el caramelo, como si de un flan se tratase. Ladearemos el molde e ira impregnándose en las paredes al mismo tiempo que se seca, quedando una capa homogénea. Con el caramelo listo, procederemos a preparar la crema, agarrando para ello un bol grande.
- Aquí, podemos tomar como referencia la medida de un vaso de yogur, algo frecuente en repostería o, si disponemos de báscula, mejor aún, coger las proporciones exactas que indicamos. Rallaremos el limón con un microplane procurando no arrancar la parte blanca, el albedo, de sabor profundamente amargo. Reservaremos y atemperaremos el resto de ingredientes.
- Manosearemos la mantequilla previamente envuelta en film, poniéndola a punto de pomada, o lo que es lo mismo, blandita, que no líquida, por lo que no nos servirá el socorrido microondas. En el bol añadiremos la mantequilla, batiéndola junto al azúcar hasta conseguir una crema suave. A continuación, agregaremos las virutas de limón y los huevos, uno a uno sin parar de batir.
- Continuaremos con el yogur y, finalmente, los secos, tanto la harina tamizada como la levadura, terminándolo de batir enérgicamente hasta lograr una crema totalmente homogénea y sin grumos. Acomodaremos las rodajas de piña bien escurrida en el fondo del molde, cubriendo por completo la superficie, sin apiñarla, esforzándonos porque queden correctamente alienados.
- Entretanto, precalentaremos el horno a 200º C, con calor arriba y abajo, sin función de aire. Verteremos la mezcla en el molde con cuidado de que la piña no salga a flote. Asentaremos con un par de golpes, dejando caer el molde desde una altura muy prudencial. Introduciremos el bizcocho en el horno durante unos 30 o 40 minutos, o hasta que la superficie consiga dorarse.
- Bajaremos la temperatura 180º, permaneciendo vigilantes, especialmente para que la parte superior expuesta a la resistencia no se queme. Cuando falten alrededor de 10 minutos, lo cubriremos con papel albal si fuera necesario. Al igual que haríamos en cualquier otro bizcocho, lo pincharemos reiteradas veces para comprobar que, efectivamente, está cocido en el centro.
- Como sugerencia de presentación, te proponemos, primeramente, aguardar a que se atempere, pudiéndolo emborrachar con un poco del almíbar, sin pasarse. A la hora de servirlo, lo desmoldaremos con cuidado, sirviendo un pequeño trozo de bizcocho al que acompañará una quenelle de helado de nuestra preferencia. Un postre sencillo y rico, perfecto para sorprender.
- ¡Qué aproveche!
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