- Raciones: 4 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 20
- Tiempo de Cocinado: 45
- Calorías: 380
- Dificultad:
Fácil
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¡Ay, las bravas! Casi con toda probabilidad, la tapa estrella de la capital española. Tan humildes y sencillas en su concepción, como complejas en su ejecución, las patatas bravas han conseguido hacerse un hueco en la mayoría de bares de territorio peninsular e insular. Existe cierta controversia acerca de su origen exacto, sin embargo, nadie discute que proceden de Madrid. Muchos las atribuyen a Casa Pellico, local emplazado en el corazón calle Toledo en los años 60.
Desgraciadamente, tanto Casa Pellico, como La Casona, otro de los bares al que se reconoce la invención de tan exquisito bocado, han desaparecido ante la falta de un relevo generacional. Ambos establecimientos eran muy concurridos en aquella época efervescente, en la que ya empezaba a gestarse lo que se conocería como Movida Madrileña. Incluso periodistas de la época, como Luis Carandell, hacían mención y ovación a las también conocidas como patatas a lo pobre.
Últimamente, observo como un platillo tan icónico se ha malogrado, resultando en algo insípido, desprovisto del menor interés culinario, no obstante, estamos aquí para volver a dignificarlo. Básicamente, las patatas bravas constan de unos cachelos o gajos de patata en dos cocciones y una salsa de pimentón aderezada con guindilla, encargada de aportarles ese deje picante. Asimismo, viene siendo frecuente acompañarlas además con un alioli, o mejor dicho; ajonesa.
Los factores que van a determinar la calidad del resultado final, sin ningún orden en específico, son: la selección de la variedad de patata, la meticulosidad a la hora de darles las dos cocciones, ya que primero se cuecen y luego se fríen, amén, evidentemente, de la salsa que empleemos, la cual, de igual modo, cocinaremos. Olvidaos del ketchup y demás sucedáneos de la salsa de tomate, pues lo que aquí buscamos son esas notas intensas y ahumadas del pimentón de La Vera.
Ingredientes
Instrucciones
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- Arrancaremos lavando y pelando las patatas, conservando, en caso de que sea fina y luzca buen aspecto, la piel. Cortaremos las patatas en cubos de 2 cm de lado, tratando de guardar la mayor uniformidad posible, de la que luego se desprenderá una cocción uniforme. Introduciremos las patatas en una cacerola con abundante agua y sal, así como un chorrito de vinagre de vino blanco.
- El ácido nos ayudará a retrasar la descomposición de la pectina, manteniéndola fijada a la patata y dando como consecuencia, luego en la fritura, un caparazón mucho más crujiente. Llevaremos a ebullición, y bajaremos el fuego a la mitad, o de otro modo la patata se encallaría. Entretanto, cocinaremos la salsa, cortando para ello la cebolla en juliana, sofriéndola en un sauté a fuego bajo.
- Cuando la cebolla comience a transparentarse, agregaremos la harina, rehogándola durante 1 minuto manteniendo el fuego bajo, tras lo cual, incorporaremos el pimentón. Lo menearemos unos segundos, vertiendo a continuación el caldo de pollo. Es el momento de añadir las guindillas, pudiéndose sustituir por pimentón picante o tabasco si somos aficionados a las emociones fuertes.
- Subiremos el fuego a máximo, evaporando prácticamente la totalidad del caldo, hasta resultar en una salsa no demasiado espesa. Rectificaremos de sal y trituraremos con la batidora, procurando que quede una textura lisa, sin grumos, para lo que se recomienda, si dispusiéramos de una, emplear la Thermomix. Devolveremos la salsa al fuego en una reductora, calentándola 2 minutos.
- Al darle calor nuevamente, recobrará ese color rojo tan saturado y seductor. Para entonces, es posible que nuestras patatas ya estén cocidas, calculando unos 25 o 30 minutos aproximadamente, tiempo que variará en función de la patata, el agua y el fuego. No queremos en absoluto que quede demasiado blanda, dado que correríamos el riesgo de que se desmoronara.
- Escurriremos las patatas, secándolas lo mejor posible antes de darles el golpe de fritura. En una parisién verteremos abundante aceite de oliva virgen extra suave o, en su defecto, aceite de girasol alto oleico, cantidad suficiente como para cubrirlas por completo. Lo calentaremos a fuego medio hasta que alcance los 180º, introduciendo las patatas en dos o tres tandas para no enfriarlo.
- Al mismo tiempo, agarraremos un plato amplio, cubriéndolo con abundante papel de cocina absorbente. Menearemos las patatas para conseguir un dorado uniforme, sin llegar en ningún momento a tonos demasiado tostados, lo que desencadenaría la aparición de la temida acrilamida. Iremos sacando las patatas con una araña, escurriéndolas previamente en la sartén.
- Sazonaremos en el plato mientras permanezcan calientes, regándolas con la salsa brava y una pizca de perejil picado. Como comentábamos en la introducción, podríamos preparar una ajonesa para manchar las patatas de dos colores, dando gusto a todos los comensales, especialmente a aquellos a los que no les gusta el picante. ¡Consúmelas mientras estén calientes y crujientes!
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