- Raciones: 4 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 25
- Tiempo de Cocinado: 60
- Calorías: 550
- Dificultad:
Fácil
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Sin duda, pocos animales arrastran una historia de servidumbre a la altura de la del pollo, un ave que nos acompaña al menos desde hace unos 10.000 años, domesticándose en el sudeste asiático. La primera especie en caer cautiva, adiestrándose para mayor docilidad, probablemente fuera un faisán dorado, emprendiendo un viaje intercontinental para hibridarse con otras especies. Estas sesudas deducciones son fruto del trabajo de científicos que han auditado al genoma del animal.
Tuvieron que pasar muchos siglos para que su carne se empleara como sustento para las masas poblacionales, teniéndose en muchos casos, ya no como un lujo, sino como destinada al mero recreo. O al menos ese es el testimonio que arrojaba Julio César, refiriéndose al trato que le proferían los ingleses. No tardaría en instaurarse un sistema de granjas, consagrando al pollo como la especie aviar más abundante del mundo, sirviendo como principal fuente de proteína.
Durante el siglo pasado se asentó la cría intensiva de animales, lo que permitió a esta y otras especias, asentarse en las dietas de las clases medias, gracias a los ínfimos costes de producción. Sin embargo, y pese a que no podemos obviar la impronta beneficiosa de este hecho, la calidad de la carne ha ido en franco declive. A pesar de todo, son cada vez más los pequeños productores que se lanza a la cría ecológica, contando con amplios espacios y piensos naturales de calidad.
Dada su popularidad, ha conseguido colarse en centenares de recetas, muchas de ellas de procedencia inexacta, como la que nos ocupa, el pollo a la cerveza. Podría asemejarse en buena medida al pollo al ajillo, no obstante, el ajo aquí no cobra tanto protagonismo, cumpliendo un papel testimonial en pro de la cerveza. He optado por una cerveza rubia tipo Weissbier, concretamente una Paulaner, hecha a base de trigo y con un cuerpo turbio; intensa y floral.
Ingredientes
Instrucciones
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- Hablábamos antes de la importancia de contar con una buena materia, en este caso, prestando atención especial al pollo. Como tantas veces he repetido, el pollo amarillo con la etiqueta “de corral”, especificación que no supone ningún distintivo legal sobre su crianza o alimentación, no difiere del normal, salvo en su color, producto de los piensos que integran en su composición maíz.
- Optaremos, siempre que podamos, por pollo con distintivo ecológico, sello que garantiza unos niveles mínimos de acondicionamiento y alimentación en su crianza, resultando en una carne más sabrosa. Cortaremos el pollo en ocho trozos, ya que si lo trocearemos demasiado perdería jugosidad, separado el contramuslo en dos, del mismo modo que procederemos con la pechuga.
- Calentaremos un sauté con un chorro de aceite de oliva virgen extra a fuego vivo, marcando profusamente el pollo previamente salpimentado. Lo doraremos por ambas caras, hasta prácticamente cocinarlo, quedando una especie de residuo en el fondo fruto de la transformación de las proteínas. En el mismo aceite, rehogaremos los ajos en láminas junto a la cebolla en juliana.
- Cuando hayan tomado algo de color, añadiremos una cucharada de mantequilla, derritiéndola antes de volver a incorporar el pollo, al cual le seguirá una cucharadita de pasta de tomate. Voltearemos unos segundos para los sabores se impregnen, vertiendo a continuación toda la cerveza. Aromatizaremos con dos hojas de laurel y un poco de tomillo, mejor si este es fresco.
- Reduciremos la cerveza a fuego máximo, hasta quedarnos con tres cuartas partes del líquido inicial. Finalmente, mojaremos con caldo de ave o agua mineral, cubriéndolo por completo. Adicionalmente, podríamos saltear unos champiñones para añadirlos en el último momento. Herviremos a fuego medio durante 45 min, con la tapa puesta, vigilando que borboté en exceso.
- Transcurrido el tiempo, apagaremos el fuego y guarneceremos al gusto, inclinándome, como no, por una patata frita. Como sugerencia de presentación, te proponemos servir el pollo muy caliente con la salsa reducida (teniendo muy presente el total de sal, tanto la que espolvoreamos en el pollo como que la podría llevar el caldo), sumergiendo las patatas fritas en la misma salsita.
- ¡Qué aproveche!
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