- Raciones: 28 Persona(s)
- Tiempo de Preparación: 18
- Tiempo de Cocinado: 25
- Calorías: 180
- Dificultad:
Fácil
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Los roscos de huevo, a menudo conocidos como Roscos de Semana Santa, representan con meridiana precisión el poso que la cocina árabe dejó en Andalucía. Al-Ándalus fue testigo de un florecimiento cultural sin precedentes bajo la invasión musulmana, sinónimo de erudición y refinamiento, algo que, por supuesto, supo trasladarse a los fogones. Parte de esa impronta cultural perdura intacta, como la que se refiere a los dulces de sartén o frutas de sartén.
Probablemente, la receta fuera introducida en la península allá por el siglo X, no obstante, las semejanzas eran tan solo a nivel de formulación, ya que la forma era más similar a un buñuelo. Con el paso del tiempo, alguien, según cuentan un marinero holandés, tuvo la brillante idea de practicar un agujero en el centro de la masa, permitiendo así una fritura más uniforme. Esta técnica supuso un gran avance que se extrapolaría a todo tipo de roscos, rosquillas y donuts.
Pese a que se atribuye su popularidad a la región de Andalucía en general, podemos decir que Almería y Granada en particular abanderan esta preparación repostera, sobre todo con la llegada de la cuaresma. Gustan y mucho, pues en ellas reluce una sobria elegancia que las convierte en un bocado de deseo, vendiéndose por docenas en pastelerías y confiterías. Tan sencillo como mezclar un puñado de ingredientes corrientes: huevos, harina, azúcar, leche, anís, gasificante y poco más.
Otra de las virtudes que hay que elogiar a los roscos de huevo, es su extraordinaria capacidad para aguantar el tipo durante días e, incluso, tolerar bastante bien la congelación. Tanto es así, que son muchos los que se animan a elaborarlas en grandes cantidades, embolsándolas y congelándolas para consumir periódicamente, formando parte de desayunos y meriendas. Enfúndate el delantal y deleita a los tuyos con una receta atemporal y añeja que sigue entusiasmando a niños y mayores.
Ingredientes
Instrucciones
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- Todo dulce de sartén arranca aromatizando el aceite con una corteza de naranja y/o limón, siendo necesario arrancarla tratando de no arrebatar el albedo, la parte blanca entre la piel y la pulpa. Verteremos los 150 ml de aceite de oliva virgen extra suave o, en su defecto, de aceite de girasol, calentándolo a fuego mínimo con las pieles dentro hasta alcanzar alrededor de los 100º.
- Seguidamente, retiraremos del fuego mientras continuamos con la masa y las pieles se infusionan. En un bol añadiremos los huevos junto al azúcar, batiéndonos enérgicamente hasta conseguir blanquearlos, tarea que nos llevará unos 10 minutos. La técnica del blanqueado persigue espumar los huevos, además de doblar su volumen, diluyendo completamente los cristales de azúcar.
- A continuación, agregaremos el aceite aromatizado completamente atemperado, seguido de la ralladura de naranja, la leche y anís, batiéndolo hasta homogeneizar la mezcla, tras lo cual incorporaremos la levadura Royal, nombre comercial del gasificante o polvos para hornear. Continuaremos tamizando la harina, echándola en pequeños golpes al mismo tiempo que batimos.
- Llegará un momento en que la masa se vuelva demasiado dura como para trabajarla con la varilla, pasando a amasarla con las manos, dando como resultado una masa blanda y maleable. Volcaremos la misma sobre una mesa previamente enharinada, trabajándola hasta percibir su superficie lisa y elástica. Bolearemos y guardaremos en la nevera dentro del bol filmada.
- Transcurridos 30 minutos, llenaremos una parisién con abundante aceite de girasol alto oleico, suficiente para que las rosquillas, aunque floten, queden cubiertas y con espacio suficiente. Calentaremos a 175º si disponemos de termómetro, una temperatura media de fritura anterior al punto de humo del aceite. Entretanto, porcionaremos la masa en trozos del tamaño de una nuez.
- Bolearemos y realizaremos un agujero en el centro, estirándola para que dibuje una circunferencia con cierta holgura, ya que al freírlas, en tanto que crezcan, verán disminuido su agujero interior. Otra técnica bastante popular, consiste en preparar churros del grosor aproximado de un dedo, uniendo ambos extremos, lo que sin duda repercute en un agujero interior mucho más grande.
- Jugaremos con el fuego para mantener una temperatura estable, friendo los roscos en tandas por ambos lados hasta dorarlos ligeramente. Iremos escurriéndolos con una araña, acomodándolos en un plato amplio provisto de papel de cocina para que absorba el exceso de aceite. A medida que se vayan atemperando, sin que estén del todo fríos, los pasaremos por azúcar blanquilla o glas.
- ¡Qué aproveche!
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