La cocina mediterránea está vertebrada por una serie de platillos, entre los que se encuentran los aclamados buñuelos de bacalao; un caparazón crujiente que esconde un interior deliciosamente esponjoso. Se hallan en Italia, Francia, Portugal y, por supuesto, España, mostrando pequeñas diferencias entre ellos. Quizá, los buñuelos de bacalao más parecidos entre sí sean los españoles y portugueses, debido a que comparten algo más que el lugar donde confluyen.
En ambos sitios encontraremos un buñuelo que carece de guindilla, frito en aceite de oliva virgen extra, conformados por una pasta de bacalao previamente desalado y desmigado. Este se mezcla con la masa típica de buñuelos compuesta por leche, harina, huevos y patata, todo ellos aderezado con el socorrido ajo y perejil. Ocasionalmente, encontramos también cebolla, aunque no suele ser demasiado habitual. A menudo se sirve como tapa o pincho en bares y tabernas.
Largo y tendido se ha hablado sobre sus orígenes, los cuales se remontan al siglo XIII, momento en el que Rey Fernando III, uno de los más importantes monarcas de la historia, logra conquistar Sevilla con las tropas cristianas de Castilla. En el transcurso del asedio a la ciudad, los sitiados, desesperados ya por la falta de alimentos, echaron mano de los víveres almacenados. Cuentan que mayoritariamente encontraron bacalao, salsa y harina, dando lugar a los buñuelos de bacalao.
No obstante, esta teoría, que parece ciertamente rocambolesca, no ha podido ser confirmado. Lo único que podemos afirmar fehacientemente, es que la primera receta de este manjar aparece en el libro Arte do Cozinheiro e do Copeiro, del portugués Carlos Bandeira de Melo, escrito en 1839. De fuerte componente tradicional, los buñuelos de bacalao han conseguido colarse en las cocinas más vanguardistas, pues presenta un juego de texturas y sabores difícilmente superable.
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