De un tiempo hacia acá, la sociedad ha comenzado a tomar conciencia de la importancia de una alimentación saludable, sostenida en la dieta mediterránea. Los expertos se muestran unánimes al afirmar que una dieta equilibrada es la mejor medicina preventiva para nuestro sistema vascular y endocrino. A veces la falta de tiempo puede confluir con la escasa experiencia en los fogones, dando lugar a un cóctel peligroso que se traduce en el abuso de comida rápida y perjudicial.
Las espinacas con garbanzos constituyen una solución ideal para aquellas personas que viven a contrarreloj, pero que, sin embargo, no renuncian a un régimen estricto. Para poder precisar el origen de este plato, es preciso que primero buceemos en la historia de los ingredientes que le dan nombre. Por su parte, las espinacas, se empezaron a cultivar en la Antigua Persia, legándole este vegetal de hoja a los árabes, que se encargarían de introducirlo en la península en el siglo XI.
Del garbanzo sabemos que se cultivó por primera vez en algún punto del Mediterráneo Oriente, cubriendo más tarde los fecundos campos de Persia, Asia Central y La India. La gastronomía de Al-Ándalus combinó estos productos, concretándose en un plato humilde y contundente que hace las delicias de los sevillanos. Se puede encontrar tanto en las tabernas como tapa, como en los hogares cuando llega la época de Cuaresma, acatando así el imperativo de no comer carne.
En Grecia podemos encontrar un platillo muy similar, aunque algo más ligero. Aquí adopta la forma de un potaje, es decir, la de un plato de cuchara completo y nutritivo. Dada su candidez, no debemos escatimar con la calidad de los productos principales. Con respecto a los garbanzos, siento una especial predilección por el Pedrosillano, chiquitito y de textura muy fina. Igualmente, un garbanzo de bote cualquiera no desmerece en absoluto y nos permite salir de un apuro.
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