La llegada del otoño coincide, especialmente en el hemisferio norte, con la época de cosechas de frutas y verduras, que despliegan con exuberancia sus intensos colores, llenando las mesas de alegría. Este espíritu otoñal, íntimamente ligado a nuestros ancestros paganos, cristaliza en la calabaza, símbolo por excelencia del periodo otoñal. Por increíble que puede parecer en el pleno siglo XXI, no existe un consenso entre los botánicos para clasificar y acotar a este singular fruto.
Efectivamente, muchos identifican la calabaza con un fruto de envergadura y color anaranjado, sin embargo, a veces la línea que las define se torna difusa, pues el calabacín, de tamaño inferior, no es sino un fruto alargado, de colores verdeceos y pulpa blanca. La mayoría de variedades proceden de América del Norte, revelándose a través de diferentes dataciones como uno de los primeros alimentos domesticados por el hombre, incluso antes que el maíz y los frijoles.
Encontramos una nutrida mitología en torno a ellas que cristaliza en la tradición usana de Halloween, donde la calabaza se convierte en un vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Por un lado, conseguían ahuyentar al diablo, y por otro, ayudaban a las almas errantes de los que ya no estaban para que encontraran el camino al descanso eterno. Más allá de cuestiones religiosas, la calabaza se configuró como un alimento imprescindible en la dieta de los indios.
Desde entonces, miles de recetas han fecundado con la calabaza como protagonista, destacando el puré de calabaza como una de las más populares. Si por algo destaca el robot de cocina Thermomix, es por su capacidad para lograr purés finos y sedosos. Existen multitud de versiones del puré de calabaza, pero todas ellas comparten un balance y densidad nutricional de excepción. Cabe mencionar que, una de las mejores variedades para elaborar puré, es la cucúrbita máxima.
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