A ojos de un occidental, la cocina asiática es el culmen del exotismo y cosmopolitismo, revelando una voluntad impaciente por conocer y desentrañar los misterios del mundo que le rodea. Sumergirnos en una cultura que nos resulta tan extraña es todo un viaje sensorial, especialmente si decidimos descubrirla a través de su gastronomía. Muchas de sus elaboraciones forman ya parte de la cocina fusión, como el pan bao, que admite infinidad de rellenos, no todos de origen oriental.
Este panecillo de harina de trigo cocido al vapor es sobre todo ternura, arrastrando una tumultuosa historia desde el año 200 a.C. Durante la primera dinastía imperial conocida como Quin, en el periodo de los Tres Reinos, los pan bao, por aquel entonces denominados mantou, se servían como acompañamiento sin ningún relleno en especial. Algunas minorías étnicas de China sustituyeron sus ofrendas de cabezas humanas por estos simpáticos panecillos fermentados.
Taiwán presume de este hallazgo, confluyendo en los puestos de comida callejera, el arte culinario japonés, como fruto de la ocupación hace un centenar de años, y la tradición milenaria China. Es un imprescindible en la mesa con la llegada del Año Nuevo China, coincidiendo con el duodécimo mes lunar de los taiwaneses, ofreciéndose también a los dioses. Aquí sí que encontramos un relleno más o menos estricto, a base de panceta estofada y una sinfonía de verduras fermentadas.
Siempre que nos asomamos curiosos a otras gastronomías, tenemos severos reparos a la hora de enfundarnos el delantal, tanto por desconocimiento de las técnicas, como por la dificultad para encontrar determinados ingredientes. No obstante, el pan bao se lleva a cabo con un puñado de productos disponibles en cualquier despensa, además de destacar por su sobria sencillez. Toda su dificultad reside en el amasado, tarea que delegaremos al polivalente robot de cocina Thermomix.
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